Cada ser humano debería venir con una hoja de reclamaciones o por lo menos con un cuaderno de sugerencias bien gordo y aún más cuando la gente es reiterativa y pesada. De las millones de cosas que detesto del ser humano, una de ellas son las continuas e interminables quejas sobre sus vidas: ¿quién no ha tenido un amigo que siempre viene con la misma cantinela de siempre? "que si mi vecino ha hecho esto", "que si mi compañero de trabajo aquello", "que si mi madre no se cuantos", bla, bla, bla ... ¡Agotador!
Uno de esos días, en los que me encontraba sin medicar y libre de ataduras sociales, una de mis "amigas" tuvo la mala suerte de toparse conmigo y soltarme una perorata de quejas y lamentos sobre lo insulsa y monótona de su vida. Mi cara debía reflejar lo que un gato de escayola: absolutamente nada. ¿Pero me estás escuchando?, me preguntaba extrañada y yo asentía reflexiva. Cuando finalmente terminó ese quejumbroso y tan manido discurso habitual entre la gente mediocre le di mi inapreciable réplica del asunto; el cual no le gustó demasiado aunque yo personalmente creo que le hubiera ayudado en un futuro. Como aún no me conocéis os dejaré un resumen:
Vaya, mis asiduas visitas al psicólogo durante años y el desembolso de dinero que ha conllevado me ha debido de otorgar la licenciatura y no me había enterado. Realmente me parece curioso lo que me cuentas aunque no me interesa lo más mínimo. Es más, relacionarme con gente que su única conversación es lo maltrecha que es su vida por una simple nimiedad no me interesa. Vete con tus progenitores a que te den palmitas en la espalda y se compadezcan de ti, yo no gasto de eso.
Obviamente desde ese día no volvimos a tener contacto ... ¡gracias al cielo! Pero no es la única, hubo muchos otros con la misma extraña manía de contarme sus interminables quejas. Recuerdo aquella vez, que otra de esas "amigas" vino apesadumbrada porque había engañado a su marido. Totalmente destrozada y entre lágrimas me contaba que se había ido de viaje con sus amigas y en un momento de embriaguez y diversión se dio más que un par de apretones de manos con un desconocido. A la vez que me decía y se maldecía a si misma y colgándose la letra escarlata de adúltera me sorprendió el final de sus discurso "... pero es que él no me demuestra que me quiere" Osea, que como ella no obtiene lo que quiere traiciona y miente por puro despecho. En esos momentos tuve claro que no la volvería a ver, no solo por mi contestación sino porque gente de esta calaña es tan poco fiable como una hipoteca subprime. En este caso, no mereció la pena gastar mucha saliva en la respuesta. Aunque más bien fue una pregunta:
¿Te gusta que te acepten tal y como eres?; mi "amiga" contesto ¡por supuesto! A lo que respondí ¿entonces por qué tu no haces lo mismo con tu marido?
En ese mismo instante me levanté y la dejé con cara de absoluta consternación. Me imagino que ese comentario no la ayudó a sentirse mejor pero tampoco era mi intención servirla de "teléfono de la esperanza".
Así que por favor, ustedes, vosotros, humanos. Lleven consigo unas hojas de reclamaciones, para aquellos que sufrimos sin necesidad de su cháchara vacua y molesta sobre sus pecados y errores.
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