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jueves, 18 de abril de 2013

Algún día

A veces cuando no puedo dormir cojo las llaves de la azotea y subo para respirar y relajarme. Ventajas de ser la presidenta de la comunidad, es como ser el maestro de las llaves: puedes abrir lo que quieras cuando quieras.

Casualidades de la vida, me tocó ser la presidenta y justo esa semana vino el técnico a ver unas goteras del techo del edificio. Por lo visto la constructora no puso el material adecuado para la impermeabilización causando que los últimos pisos de la urbanización tuvieran unas magníficas cascadas naturales.

Pedí un día libre para poder quedar con el técnico y ver el estropicio que había y de ahí que cayeran en mis manos tan preciadas llaves maestras. Así que a las 10 de la mañana estábamos el técnico, el conserje, el tío del seguro y yo trasteando por las alturas. A esto hay que añadirle unos fantásticos 35º C con todo el sol dándonos en la cocorota que se podían freír huevos fritos fácilmente en nuestras cabezas.

Mientras los "hombres" se dedicaban a discutir y supervisar yo me di una vuelta, no todos los días puedes tener esas vistas pero poco se podía disfrutar con semejante calor, así que se me ocurrió la genial idea de hacer una pequeña visita al anochecer. Después de 2 horas recorriendo toda la azotea se decidió reformarla lo antes posible para aprovechar que no iban a haber lluvias en todo el mes (o eso decía el hombre del tiempo).

Los veranos en Madrid son como vivir en un horno constantemente, la peor hora de todas son las 16:00, cuando sol y asfalto deciden ponerse de acuerdo para hacer una especie de sandwichera y quien osa salir a la calle puede sufrir un colapso o un golpe de calor. Así que si tienes suerte y tienes piscina te pones a remojo cual garbanzo para soportar semejante bochornazo. Como hasta las 22:00 no anochece en condiciones decidí pasar el tiempo básicamente leyendo y a remojo para hacer un poco más amena la espera. A eso de las 22:15, siempre vigilando que no hubiera ningún vecino pesado o cotilla merodeando, subí a la azotea para disfrutar de una agradable vista y de un momento de absoluta soledad, de esos que puedes rozar la paz y la tranquilidad por unos instantes.
Cena ligera, duchita y ropa suelta para que el aire pudiera atravesarlas y sentir algo de alivio.

Y allí estaba yo y mis pensamientos, en la cima de mi mundo y de mis penas. No atravesaba el mejor momento pero tampoco de los peores, estaba en una especie de transición y búsqueda interior: no sabía lo que quería, todas mis relaciones eran un fiasco y me sentía como un cascarón vacío a la deriva. Me pareció buena idea subir y ver las cosas desde otra perspectiva... y vaya que si era otra perspectiva. Podía verlo todo, podía respirar, podía sentir, podía gritar sin llamar la atención y podía volar. Poco a poco me acerqué al borde de la cornisa, quería saber que se sentía al borde del precipicio pero esta vez de verdad. Quería por un momento saber que era estar al borde de la muerte y desear vivir, quizás así apreciaría lo que tenía ahí arriba a un paso de salir volando al "país de Nuncajamás". Volar, eso sí que me haría sentir viva y libre, lejos de todo este ruido, todo este dolor e incertidumbre, de los malos recuerdos, de "te quieros" vacíos, de la nada más insoportable, del sopor y la nostalgia. Todo terminaría en un suspiro.

"Solo un paso" pensé mientras extendía mis brazos y echaba la cabeza hacia atrás mirando al cielo. La brisa de verano soplaba, no había coches, no había ruidos de vecinos, casi podía sentir paz y fue en ese mismo instante cuando decidí que había que avanzar... y di el paso.


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